viernes, abril 19, 2024
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Einstein, el hombre detrás del genio: el amor con su prima, el drama de sus hijos y la diáspora de su cerebro robado

Sus padres temían que tuviera un retraso mental porque no habló ni caminó hasta los tres años. La adolescencia rebelde. La mujer que sus padres rechazaron. El amor clandestino por su prima. La misteriosa desaparición de su hija ilegítima. La esquizofrenia de su hijo dilecto. Y la obsesión del científico que antes de la cremación robó y diseccionó su cerebro

Para el común de los mortales nos resultará mucho más fácil comprender la vida y la muerte de Albert Einstein, el científico más importante y popular que nos dio el siglo XX, que su exitosa teoría de la relatividad. Físico brillante y ganador del Nobel en 1921, fue también un hombre que se devoró la vida.

Su imagen sacando la lengua (¡mucho antes que lo hicieran los Rolling Stones y los adolescentes actuales!), con los pelos revueltos y su frondoso bigote blanco, resulta infinitamente enternecedora y nos acerca a la intimidad del genio que dibujaba símbolos en el pizarrón del universo.

Hoy no escribiremos de la velocidad de la luz, la masa o la energía, hablaremos del ser humano que amó, se angustió y sufrió como cualquiera de nosotros.

La excusa que tenemos para recordarlo es que el 18 de abril se cumple otro aniversario de su muerte, ocurrida en 1955 a los 76 años, cuando acorralado por los dolores no quiso someterse a una cirugía para reparar un aneurisma en su aorta abdominal.

Se despidió diciendo: “Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. Yo he hecho mi parte. Es hora de irse. Y lo haré con elegancia”.

El más grande se fue sin estridencias y con una humildad conmovedora. Antes había pedido: “Quiero que me incineren para que la gente no vaya a adorar mis huesos”.

Un niño callado, un joven disruptivo

Hijo de Hermann Einstein y Pauline Koch, Albert nació el 14 de marzo de 1879 en Ulm, Alemania. Si bien era de origen judío la religión no fue algo que le interesara especialmente practicar. Su pasión por la música y por el violín fue parte de la herencia de su madre, quien tocaba muy bien el piano.

Curioso, pero no raro para quien sería un genio, hasta los tres años Albert no habló una palabra ni caminó. Sus padres temían que padeciera algún tipo de retraso mental. Su hermana Maia, alegre y conversadora, parecía el retrato opuesto y eso alimentaba los resquemores de Hermann y Pauline. Ellos no podían sospechar que el mágico cerebro de su hijo ya andaba indagando al cosmos.